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Sistema Linfático



Está constituido por el líquido linfático, los conductos colectores y diversos tejidos, entre ellos los ganglios linfáticos, el bazo, el timo, las amígdalas, las adenoides y las placas de Peyer en el intestino delgado. Existen, además, porciones de tejido linfático, como en la mucosa del estómago y en el apéndice, la médula ósea y los pulmones.


Las funciones del sistema linfático consisten en la conservación del líquido y del plasma que salen de los capilares, la defensa del cuerpo frente a la enfermedad como componente del sistema inmunitario (soporta una red de defensas contra los microorganismos.) y la absorción de lípidos desde el tubo digestivo.

El sistema linfático se examina región por región durante la exploración de los demás sistemas corporales (es decir, cabeza y cuello, mama y espacio axilar, genitales y extremidades) y mediante palpación del bazo.

Salvo la placenta y el cerebro, cualquier tejido irrigado por vasos sanguíneos cuenta con vasos linfáticos.
La linfa es un líquido transparente, en ocasiones de color lechoso o amarillo. Contiene varias clases de leucocitos (en su mayor parte linfocitos) y, en ocasiones, eritrocitos.
El sistema linfático no cuenta con mecanismos propios de bombeo, depender del sistema cardiovascular, y por ello el movimiento de la linfa es lento en comparación con el de la sangre. Al aumentar el volumen de líquido linfático, este fluye más deprisa en respuesta a la creciente presión capilar, con mayor permeabilidad de las paredes capilares del sistema cardiovascular, así como a un incremento de la actividad metabólica o corporal y la compresión mecánica. La permeabilidad del sistema linfático tiene un efecto protector; si se produce una obstrucción, es posible que la linfa se difunda al sistema vascular o que se desarrollen canales colaterales de conexión.
Los ganglios linfáticos son estructuras diferenciadas, rodeadas por una cápsula compuesta de tejido conjuntivo y algunas fibrillas elásticas (suelen estar agrupados). Son numerosos y pequeños aunque algunos pueden alcanzar un diámetro de 0,5 a 1 cm. Actúan como defensa frente a la invasión de microorganismos y otras partículas mediante filtración y fagocitosis, y contribuyen a la maduración de linfocitos y monocitos.
Los linfocitos son esenciales para la respuesta orgánica frente a sustancias antigénicas. Algunos son pequeños, aproximadamente de 7 a 8 mm de diámetro; otros alcanzan hasta cinco veces tal magnitud. Tienen su origen en diversos puntos del organismo, entre ellos los ganglios linfáticos, las amígdalas, las adenoides y el bazo; sin embargo, son producidos, fundamentalmente, en la médula ósea (es decir, linfocitos B) que producen anticuerpos y se caracterizan por las distintas disposiciones de las inmunoglobulinas en su superficie.

El timo se localiza en el mediastino superior, extendiéndose hacia arriba hasta la región inferior del cuello. Es el lugar de producción de linfocitos T, de las células responsables de las reacciones inmunitarias mediadas por células y del agente que controla las respuestas inmunitarias humorales generadas por los linfocitos B.
El bazo se trata de un órgano muy vascularizado, compuesto por dos sistemas: 1) la pulpa blanca, integrada por nódulos linfáticos y tejido linfático difuso, y 2) la pulpa roja, constituida por sinusoides venosas. El bazo tiene varias funciones, como destruir los eritrocitos antiguos, producir anticuerpos, almacenar eritrocitos y filtrar los microorganismos de la sangre.

Amígdalas y adenoides: las amígdalas palatinas se conocen simplemente como «amígdalas » son pequeñas y con forma de diamante, compuestas principalmente por tejido linfoide, están organizadas en forma de folículos y criptas, y cubiertas por membrana mucosa. Las amígdalas faríngeas, o adenoides, se encuentran en el borde nasofaríngeo. Cuando presentan un tamaño aumentado pueden obstruir el acceso nasofaríngeo.


Las placas de Peyer son zonas pequeñas y elevadas de tejido linfático en la mucosa del intestino delgado, importantes para la vigilancia inmunitaria del tubo digestivo y facilitan la respuesta inmunitaria cuando se detectan microorganismos patógenos.
Los sistemas inmunitario y linfático empiezan a desarrollarse en torno a las 20 semanas de gestación. La capacidad para producir anticuerpos es aún inmadura en el momento de nacer, de modo que la vulnerabilidad a la infección es mayor en los primeros meses de vida.
Los ganglios linfáticos tienen la misma distribución en los niños que en los adultos.
El embarazo es un estado en el que se altera la función inmunitaria. Para la implantación y el desarrollo del feto es preciso que se produzcan modificaciones en el sistema inmunitario de la madre, que, precisamente, protegerán al feto frente a este a la vez que mantienen la competencia para vencer una posible infección de la madre.
El recuento de leucocitos en sangre periférica aumenta progresivamente durante el embarazo, y vuelven a la normalidad en 1 o 2 semanas tras el parto.
El número y el tamaño de los ganglios linfáticos puede disminuir a edades avanzadas; algunas estructuras linfoides se pierden. Los ganglios de los pacientes mayores se muestran fibróticos y grasos con mayor frecuencia que los de pacientes jóvenes, factor este que contribuye a la menor capacidad de resistencia a las infecciones de los primeros.

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